Witold Gombrowicz en El Lagrimal Trifurca, cuatro décadas atrás

May 3, 2008 at 10:51 am 1 comentario

Les habíamos quedado debiendo la tapa de El Lagrimal Trifurca número 2 (Rosario, julio-septiembre de 1968); cumplimos y acá está. Aprovechamos la ocasión para reproducir otro interesante contenido que carga aquel ejemplar. Se trata del cuento de Witold Gombrowicz que se llama “El banquete”. Gombrowicz no era por aquel entonces quien hoy es -para la literatura argentina y para la literatura del mundo-, de modo que el cometido del Lagrimal también era en este caso el de la divulgación y el hacerle un lugarcito a los codazos en el mostrador del gran arte al escritor polaco.

El interesante texto de presentación del relato está firmado “E.E.G.”, es decir que se puede atribuir sin miedo a uno de los directores de la revista, Elvio Gandolfo, y dice:

Como todo creador de importancia, Witold Gombrowicz tiene en su obra un eje central que la recorre: la contradicción entre la inmadurez esencial del ser humano y la forma que la sociedad y las relaciones interpersonales exigen a esta inmadurez. En todas sus obras (especialmente en Ferdydurke) esta contradicción desata una reacción en cadena incontrolable, que termina generalmente en un caos en donde el imitar determinadas actitudes o normas sociales termina por hundir el conjunto de personajes en una anarquía extrañamente lógica, que no tiene nada de liberadora o espontánea, sino que está regida por la frustración más bochornosa. Valgan como ejemplo el crecimiento acelerado de la inmadurez de los alumnos de Ferdydurke, justamente cuando tratan de borrar la impresión de madurez misma, o la avalancha delirante de reacciones que hace de “Filimor forrado de niño” (incluido en Ferdydurke) el fragmento en que Gombrowicz ha logrado con más concentración y potencia su particular visión. Es notable también como a medida que sube la escala social sube también en la obra de Gombrowicz el grado de contradicción. Se percibe fácilmente que los personajes menos encumbrados saldrán de la reacción en cadena y oscilarán entre la inmadurez y la forma en distintos grados; mientras que en los nobles la contradicción es intrínseca y casi permanente, bastando un pequeño asomo de inmadurez en medio de la rígida construcción de formas que los sustenta, para que las relaciones se enrarezcan hasta llegar a cualquier extremo (la impotencia final de Ferdydurke, la obscenidad en el cuento “Virginidad”, el asesinato colectivo en “El banquete”).

Witold Gombrowicz nació en Polonia en 1904. En 1939 una agencia marítima lo invitó a viajar a la Argentina. La segunda guerra mundial lo obliga a permanecer en nuestro país, donde reside 24 años (1939-1963). Es cuidadosamente ignorado por los medios de difusión y escritores del ambiente literario. Sólo un reducido número de jóvenes lo conocen y celebran. La publicación de Ferdydurke en Europa, la representación exitosa de sus obras de teatro Iwona y El casamiento, el reciente Premio Internacional de Literatura y el descubrimiento de sus anticipaciones al existencialismo sartreano, hacen que se comience a aceptar a regañadientes a este inmaduro que escribió en su diario: “¿cuáles eran las posibilidades de comprensión entre esta Argentina intelectual, estetizante y filosofante, y yo? A mí me fascinaba en este país lo bajo, y eso era lo alto. A mí me hechizó la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París. Por eso la corrección del arte argentino, su aire de buen alumno, su buena educación, era para mí testimonio de impotencia frente a su propia realidad. Prefiero una gaffe, una equivocación, hasta suciedad, pero creadoras”.

En castellano hay tres libros traducidos hasta el momento. Dos novelas: Ferdydurke, La seducción; y su Diario argentino, el primero en Seix-Barral y los dos últimos en Sudamericana. Existe también un amplio material desperdigado en revistas, en nuestro país especialmente en Eco Contemporáneo, que publicó trabajos de o sobre Gombrowicz en varios números. La presente traducción de “El banquete” apareció en la revista cubana Ciclón, de junio de 1954, y fue realizada posiblemente por Virgilio Piñera.

El banquete” es un cuento extenso, así que, aunque algunos puedan enrostrarnos que esto no se debe hacer, por lo menos para que le sientan el gusto publicamos a continuación su increíble y gozoso final tomado de aquella traducción. (Seguramente los interesados podrán encontrar la versión completa con una mínima labor de búsqueda.)

Witold Gombrowicz, El banquete (fragmento final)

[…] El rey salió de su asiento. El banquete también saltó. El rey dio unos pasos. Los comensales también dieron unos pasos. El rey empezó a dar vueltas sin rumbo. Los invitados también daban vueltas y la circulación en su monótono e infinito circular alcanzaba tan vertiginosas cumbres de archipotencia que Gnulo, atrapado por el vértigo, rugió y se echó sobre la archiduquesa y, con ojos sanguinolentos, ya no sabiendo qué hacer, procedió a estrangularla paulatinamente en presencia de toda la corte.

Sin la más mínima vacilación, el timonel del Estado se echó sobre la primera dama que se le vino a mano, estrangulándola –y los demás invitados siguieron su ejemplo– mientras la Archi-Estrangulación repetida por la infinitud de los espejos acechaba de todas las infinitudes y crecía, crecía, crecía hasta que el estertor de las damas dominó todo. Ya, pues, el banquete había roto los últimos hilos que lo vinculaban con el mundo cotidiano; se desbocó.

Cayó sobre el suelo la archiduquesa, muerta. Cayeron las damas estranguladas. Y la Inmovilidad, horrenda Inmovilidad, aumentada por los espejos, enmudecida, crecía y crecía y crecía…

Crecía. Sin parar. Y crecía, crecía en océanos de silencio la Inmovilidad reinante y parecía que la Archi-Inmovilidad, sí, la misma Achi-Inmovilidad, bajaba para reinar y dominar… y su reinado era inmóvil. ¡Entonces el rey se dio a la fuga!

Con un gesto de pánico, Gnulo se agarró el trasero y, sin pensarlo dos veces, emprendió la huida hacia la puerta, tratando de al menos de alejarse de aquel Archi-Reinado. Los invitados vieron que su rey se les escapaba… un momento más y se escaparía… Y lo miraban con estupor, puesto que era imposible detenerlo. ¿Quién se atrevería a detener al rey?

–¡Tras él! –gritó el anciano–. ¡Tras él!

La fresca brisa de la noche acarició las mejillas de los dignatarios cuando irrumpieron en la plaza frente al castillo. El rey huía en medio de la calle y lo seguían a cierta distancia el canciller y el banquete. Mas el archigenio de este archiestadista se manifestó otra vez en toda su archifuerza –porque ya no se sabía si el rey huía o si el rey ¡CARGABA EN EL ESPACIO AL FRENTE DE TODOS! ¡Oh, las desatadas, agitadas cintas de los embajadores en loca carrera, el violeta de los obispos, los fracs de los ministros y las toaletas de gala, oh, el galope, el archigalope de tantos oligarcas! Jamás vieron algo parecido los ojos del vulgo. Los magnates, los dueños de grandes establecimientos rurales, los descendientes de las mejores familias, galopaban al par de los miembros del Cuartel General, cuyo galope se unía al correr de omnipotentes jerarcas, al empuje de los chambelanes, al ímpetu de las desenfrenadas damas de la corte. ¡Oh, el correr, el archicorrer de los mariscales y de los ministros, el galope de los embajadores en las tinieblas de la noche, a la luz de las linternas, bajo la bóveda del cielo! Los cañones tronaron el castillo. ¡Y el rey cargó!

–¡Adelante! –gritó–. ¡Adelante!

¡Y archicargando al frente de su archiescuadrón, se hundió en la noche!

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