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Sting, Canciones del laberinto

Sepultados ya y gracias a dios el “relanzamiento” y la gira mundial de The Police, queremos hacer mención a un curioso (delirante quizás para los amantes del pop-rock) y muy lindo disco de Sting que lleva por título Canciones del laberinto.
El intento no podía ser más ambicioso. En este álbum Sting se dedica a arreglar e interpretar las composiciones de John Dowland (1563-1623), un gran músico del período isabelino que los especialistas consideran el más importante que haya dado Inglaterra.
El disco incluye también la lectura de algunos textos por parte del cantante, como por ejemplo una carta autobiográfica que Dowles escribió en 1595. En los pasajes instrumentales así como en el acompañamiento de la voz se destaca el laúd de Edin Kamarazov.
“Para mí estas son canciones pop escritas en los comienzos del siglo XVII, y es así como me relaciono con ellas: tienen hermosas melodías, fantásticas letras, grandiosos acompañamientos… Espero poder darles un poco de frescura”, declaró Sting en uno de los reportajes que acompañó la salida de la obra.
Como explica el propio Sting, la breve introducción que abre el disco reproduce los primeros compases del arreglo de Dowland de “As I went to Walsingham”, una balada popular anónima. También está la amarga lírica de “Can she excuse my wrongs?”, “escrita supuestamente por Robert Devereux, Conde de Essex y el favorito de la Reina durante muchos años”, quien acabo sus días decapitado en la plaza pública.
Algunos historiadores ingleses especialistas en música han criticado este trabajo, con el argumento básico y entendible de que las pilchas de filólogo a Sting le quedan un poco grandes. Quienes carecemos de tal sabiduría o erudición no podemos sino recomendarlo incluso desde el punto de vista del rescate y la presentación de una figura hasta este momento desconocida y por demás interesante.


abril 23, 2009 at 10:25 pm Deja un comentario

Charlie Nothing, su saxo psicodélico y el arte de dingulatear

Charlie Nothing fue un músico, dibujante, luthier y escultor estadounidense que durante casi cinco décadas se la pasó vagabundeando con su arte por buena parte de los territorios de su país. Murió en octubre del año pasado aunque, a juzgar por sus declaraciones, tal vez no, dado que insistía una y otra vez que él jamás había nacido ni concurrido a escuela alguna.

Supo integrar diversas bandas efímeras para presentaciones en pequeños escenarios de Los Ángeles y Nueva York, como la First Uniphrenic Church and Bank Band que tuvo como cantante original a una muy joven Debbie Harry, antes de su consagración con los Blondie. Supo compartir también algún escenario con Frank Zappa cierta noche.

Se ufanaba de ser un músico polifacético, aunque se destacó en un instrumento por él inventado y que respondía al nombre de dingulator. Se trataba de una especie de guitarrón de cuerpo de acero (no demasiado diferente en su concepción al conocido modelo de la Nacional), aunque ten{ia la particularidad de que estaba construida con metal tomado de autos viejos (según Nothing de ningún otro fierro podía obtener buen sonido) y que era variable la cantidad de cuerdas: los seguidores de sus performance al parecer llegaron a contar 27 en una ocasión, aunque lo común eran 7 u 8.

Don Nadie, si se nos permite la respetuosa y afectiva traducción (no pudimos constatar si el original se trataba o no de un “seudónimo artístico”), perteneció a esa creativa y movediza fauna juvenil que peregrinó por los caminos estadounidenses a partir de la posguerra, siguiendo la tradición trazada por los beatniks y miles de artistas populares que, a su manera, buscaron reconectar el arte con la vida y exponerlo en las calles y los bares sin mayor aspiración de trascendencia o reconocimiento institucional.

Sin embargo, Nothing dejó como legado un disco de 1967 que hoy es joya de alto precio entre los coleccionistas.

Se trata de una grabación que realizó ese año para el mítico sello californiano del músico experimental John Fahey, Tacoma, quizás el único que Fahey permitió que no estuviera dedicado al instrumento que ocupa su corazón y manos, la guitarra. El disco se llama The Psychedelic Saxophone of Charlie Nothing y es una larga improvisación de saxo agresivo apenas enmarcado por una tenue percusión más un tímido ukelele. Desprolijo, sucio e imperfecto (como los dibujos con que el propio Nothing engalanó su portada), el disco es bien bien sabroso, y parece haber sido concebido para demostrar aquello que su intérprete y compositor no se cansaba de repetir, sobre todo cuando se presentaba en vivo, que Charles Nothing era la reencarnación de Ubu Rey.

El disco en cuestión se consigue en este sitio.

May 30, 2008 at 12:36 pm Deja un comentario