Reportaje a Aníbal Jarkowski

febrero 4, 2008 at 2:14 pm 1 comentario

El lunes 8 de octubre Aníbal Jarkowski se acercó a la casa de FM La Tribu (88.7 de la ciudad de Buenos Aires), allí en la calle Lambaré, para charlar en vivo con el programa Desde el aula, que se emite odos los lubes de 17 a 18 hs. Jarkowski es docente de la universidad y la escuela media, pero el centro de la conversación fue en esta ocasión la reciente aparición de su tercera novela El trabajo. Hablamos mucho y el tiempo para retomar el aliento lo dieron unas canciones que el propio escritor nos acercó y que, de manera directa, estuvieron relacionadas con la confección de su relato. Les copiamos a continuación buenas porciones de esa rica torta de palabras.

Como yapa adjuntamos a esta entrega las primeras páginas de las diferentes ficciones que Jarkowsli ha pergeñado y publicado, para que le tomen bien el gusto, sepan de qué se habla y no se anden quejando.

Aníbal Jarkowski: – (…) La verdad es que estoy bien agradecido de los comentarios que diferentes periodistas y medios le dedicaron a El trabajo. La gente que esta vez me tocó que me entrevistara para los diarios, las revistas, también las radios, se había tomado el tiempo para leer mi novela y escribir algunos apuntes sobre ella. Es algo que no me había ocurrido con las anteriores, Rojo amor, la primera y sobre todo la segunda, Tres. En esos casos yo sentía que estaba en medio de un gran malentendido; entonces decidí que iba a contestar lo que yo quería, así que me preguntaban de dónde había sacado la inspiración para la historia y al toque contestaba que era una pregunta muy interesante y de inmediato me largaba a hablar sobre los personajes… En esta oportunidad fue diferente, todos habían leído bien la novela y encima había un cierto consenso acerca de que les había gustado, un plus que todo lo volvió más cómodo y agradable.

Fue novedoso también el hecho de que cada uno hubiera leído cosas diferentes en la novela, aunque por primera vez en vez de andar gambeteando preguntas me pude dedicar a hablar de manera directa e intensa de todo aquello que la novela envuelve. Es más honesto desde el punto de vista de quien te hace el reportaje y yo me siento más reconocido en mi trabajo, ¿no? Más allá de que la novela pueda o no gustarle a alguien, que se hayan tomado el trabajo de leer bien es muy valioso para mí, que hayan gastado el tiempo para armar los argumentos que sustentan una crítica buena o mal, no importa, que señalan esto o aquello, lo que sea. Uno siente que tiene un verdadero lector al lado.

-¿Solamente publicaste novelas o también te le atreviste al cuento, la poesía, algún otro género?

Aníbal Jarkowski: -Además de mis novelas sólo publiqué tres cuentos muy breves en una antología de, como suele decirse, “jóvenes escritores argentinos”. Era una selección que armó Sergio Olguín, a quien le habían gustado mis novelas y por eso me convocó. El problema con los cuentos es que a mí no se me ocurren, así que no tenía, pero medio me obligué a escribirlos a tres pequeños borradores de lo que sería El trabajo; así que los articulé y se los mandé. Para mí era importante porque de alguna manera estaba testeando cómo escribir sobre la desocupación, así que me tomé el desafío como una especie de bando de pruebas. Como al antólogo le gustaron me sentí más aliviado y respaldado al ver que el tema podía resultar interesante. Cuando la selección apareció y pude leerla completa me di cuenta de hasta qué punto lo que yo estaba escribiendo era diferente a lo que escribían lo demás. A mí me faltaba todavía mucho para terminar la novela pero me sentí alentado a seguir al advertir que lo que estaba haciendo podía ser interesante para quienes me leían.

-¿Por qué un escritor elige un género? Hay diferentes modelos de escritor, por ejemplo, tomemos uno muy conocido, Julio Cortázar aparece como un polígrafo desbocado que se mete con la novela, el cuento, el poema, el ensayo, la miscelánea, el drama, es como si primero se definiera como escritor y luego llegara la elección genérica, y por lo tanto como una determinación secundaria. Tu caso sería el opuesto. ¿Vivís eso como una carencia, te gustaría tener un “despliegue” de escritura mayor, o no, al revés?

Aníbal Jarkowski: -La verdad es que yo no sé si la novela es exactamente mi género. Digamos que es lo que se me ocurrió, lo que me sale. En mi cabeza aparecieron cosas de un proporción determinada que era muy difícil que hubieran “entrado” en otro género, o lo hubieran hecho muy torpemente. Eso debido a la complejidad de la trama, sus idas y venidas, el número de personajes… Ahora, en parte sí lo siento como una carencia, pienso que me gustaría escribir un cuento o un poema y que me saliera bien, que el resultado me dejara contento, pero hasta ahora una situación así no me pasó.

Mi primer novela, Rojo amor, tuvo un comienzo muy extraño. Yo tuve un sueño en el que tiraban unas cartas por debajo de la puerta, las levantaba y cuando intentaba leerlas no podía porque estaban escritas en cirílico, el alfabeto ruso, ni siquiera podía reconocer los caracteres más superficiales de la escritura. O sea que me llagaban cartas desde Rusia y yo no podía saber de quién ni para quién, mucho menos qué decían. El misterio me condujo después a hurgar un poco en mis antepasados, mis abuelos que vivían en aquellas tierras, a seguir su descendencia hasta la Argentina y así se fue armando el relato.

Con el tiempo la idea que he ido alimentando es que la novela es un género abierto y esa evidencia trae alguna ventaja puesto que casi cualquier cosa puede entrar en una novela. Todo lo que a uno se le ocurra cabe dentro de la novela moderna, y eso está en el origen mismo del género. Si pensás en el Quijote el asunto se ve claro. Su estructura no se hubiera resentido mucho con algunos capítulo más o algunos menos, con la multiplicación de ciertos personajes o la eliminación de algunos otros… Es un género tan amplio que se ha vuelto irreconocible. En cambio el cuento tiene muchas dificultades, puesto que tiene una estructura más fija. Si uno piensa en los cuentistas que cambiaron verdaderamente la tradición, son muy pocos, Kafka, Borges y pará de contar, después son las estructuras del cuento las que mandan. Es muy muy complicado intentar cambiar algo. Puede que uno llegue a ser un buen cuentista, pero un renovador es otra cosa. En cambio en las novelas las cosas son bien diferentes. Se puede decir que Samuel Beckett es un novelista sin dificultad, así como son novelistas Kafka y Robert Musil y Thomas Mann, y no se parecen en nada entre ellos. Los requerimientos formales de la novela están menos atados, son menos duros, entonces cuando querés agregar algo no sentís que el género te limita o te lo impide, el problema, es que te salga bien, claro. El género todo te lo permite, incluso estropear la mejor historia.

-Te pedimos que nos alcanzaras algunos discos relacionados con tu novela para acompañar la charla y cumpliste. A quien primero vamos a escuchar es a Keith Jarrett. ¿Cuál es su vínculo con El trabajo?

Aníbal Jarkowski: -Éste es un disco muy particular por lo que le ocurrió a Jarrete. Contrajo una enfermedad que daño la movilidad de sus manos, así que después de un tiempo de silencio volvió a treparse al piano y grabó este disco que tiene como particularidad que, puesto que no podía ejercitar la rapidez clásica de las composiciones y las improvisaciones del jazz, seleccionó un conjunto de temas lentos como para ir recuperando la motricidad de sus dedos; esa lentitud se transformó en un clima cargadamente melancólico que me acompañó en muchos tramos de la redacción de la novela. No sé, supongo que me transmite un aire de tranquilidad.

Mientras las nubes cubren la ciudad de Buenos Aires y la lluvia de a poco empieza a asomar, escuchamos los más melancólicos fraseos de los que las teclas de Jarrete han sido capaces.

(Va al aire el tema «I Love You Porgy», cuya autoria es de los hermanos Gershwin y que forma parte de la comedia Porgy and Bess; esta particular versión Keith Jarrett la incluyó en su disco The Melody at Night, With You, de1999.)

A diferencia que, según cuenta la leyenda, arranca a partir de la magia que produce el choque sonoro de dos palabras, o por el vértigo de una imagen, está la idea de que el novelista se las tiene que ver con grandes masas de información y multitud de personajes, es más bien un organizador de pesadas estructuras, una suerte de arquitecto. O un maestro mayor de obras. ¿por dónde se empieza a escribir una novela? ¿Es algo impredecible y por lo tanto esta pregunta carece de sentido o no?

Aníbal Jarkowski: -En lo que respecta a mi última novela creo que la punta está en mi percepción del deterioro del trabajo. Hablamos antes de los vecinos de Almagro y Villa Crespo, yo vivo en Camargo y Aráoz, y recuerdo cuando toda las mañanas iba a trabajar al colegio y veía las colas interminables que había en Malabia y Corrientes, donde estaba una fábrica textil, creo; ahora van a construir allí un edificio o algo así… Me impresionaba la fila para las entrevistas de trabajo. También sobre la otra vereda de Malabia, donde había un salón que alquilaban para organizar multitudinarias entrevistas laborales. Me asombraba la cantidad de gente que se hacinaba allí tal vez por la disputa de dos o tres puestos de trabajo. Veía cómo se vestía la gente. Las chicas muy arregladas, y pintadas, con sus minifaldas, cagándose de frío en invierno, zapatos de taco alto, es decir lo menos práctico que a uno se le pueda ocurrir para cualquier tarea laboral.

Yo por ese entonces tomaba el subte para ir a un trabajo y cuando volvía veía en los vagones a esas mismas chicas que volvían de yugarla en la city y estaban destruidas. Se dormían en los asientos con la pintura corrida y la ropa arrugada, boqueando medio dormidas, exhaustas. Esas imágenes capturadas en la ciudad son el germen de mi novela. Si bien no hice ninguna investigación exhaustiva, recuerdo que seguía los clasificados, las ofertas de trabajo que aparecían en los diarios; empezaron a aparecer una multitud de notas dedicadas a enseñar y dar consejo acerca de cómo comportarse en una entrevista de trabajo, que estrategia seguir para que a uno no lo despidieran o pudiera mejorar su situación laboral. Qué preguntas había que responder y cómo y cuáles era preferible no constar jamás, como aquella de “qué haría usted si se presenta una situación de huelga”… veía las categorías que se usaban, la de buena presencia, las limitaciones de edad, ese tipo de cuestiones. No sé si todos se acuerdan como yo pero en ese momento era increíble la diferencia que había entre los avisos que solicitaban empleadas y los que pedían prostitutas. Era demencial la disparidad entre una oferta y la otra en cuanto a los salarios, aunque las cifras estuvieran deformadas y fueran mentirosas. De cualquier modo parecía razonable que alguien que hacía mesas que estaba buscando trabajo inútilmente finalmente se animara a altar la raya y penar en la prostitución como modo de supervivencia. Las mujeres abandonaban la opción de encontrar un trabajo “normal” y “serio” y se las rebuscaban como podían, algo que sabían también quienes colocaban aquellos anuncios. Toda esa situación alimentó mi novela en sus ideas originales.

Lo que sí es que yo intenté trabajar desde una perspectiva que exasperadamente se fija en los detalles. Buscaba una perspectiva bien realista, materialmente realista, concreta, que no se contaminara con nada fantástico o “irreal”, para que después sí la novela fuera discurriendo hacia otro lugar menos esperable. En la novela puede haber resoluciones imaginarias, pero que se apoyan sobre un suelo bien real. Está saturada de múltiples trucos que los más pobres hacen para zafar. Por ejemplo apagar permanentemente las luces no para ahorrar energía sino para que la cuenta sume menos,; cómo reciclar la comida y la ropa, cómo usar el jabón para que dure más o el lavado nocturno de la camisa y el pantalón para que a la mañana siguiente puedan volver a ser usados… Costumbres todas que yo conocí bien, no hay mucha invención ahí. Quise hacer una novela sobre la crisis pero que no fuera declarativa y que la aparición del elemento emocional impidiera ver el problema. Creo que es por eso que quienes comentaron la novela coincidieron en señalar que el narrador tiene una mirada fría sobre lo que sucede.. Ahí creo que hice bien, que me salió bien, porque si no lo emotivo hubiera sepultado cualquier otra consideración. Toda la historia ronda cosas bien concretas: las entrevistas laborales, las relaciones entre compañeros de trabajo, sobre todo cuando era mucho más difícil que ahora poder generar resistencias o alguna respuesta sindical contra los abusos por las condiciones objetivas que impone el desempleo masivo.



Desde el aula: -Existe una vieja idea que cada tanto repiten los críticos y teóricos de la literatura que dice resumidamente que la historia de la novela es la historia de la pelea por definir qué es el realismo. El recuerdo me vino a la mente cuando te escucho decir que El trabajo es, de algún modo, el efecto de un clima social específico pero que a la vez es el esfuerzo por no caer en sentimentalismos y guardar cierta distancia frente a los hechos que se narran.

Aníbal Jarkowski: -Hay algo así, al menos en este relato. Te soy franco, en general para todos mis novelas el problema central que enfrento es cómo hacer para que me salgan bien, no hay mucho más proyecto que ése. Ahora, con El trabajo yo quería que me saliera bien pero también sentía la necesidad de dar cuenta de un cierto contexto social, aunque también muy personal. Porque es la situación que afectó a mi papá, que murió poco después, y a mi hermano y su familia; es decir que más que una consideración abstracta general era algo bien concreto aquello que me atrapó y arrastró. La idea de trabajar desde una perspectiva realista estuvo desde el vamos. Por eso nunca se dice que se trata de la ciudad de Buenos Aires, pero la geografía de El trabajo está saturada de marcas muy evidentes -el subte, el Bajo, la city…- que hacen que cualquiera que viva en la ciudad de Buenos Aires las perciba de inmediato.

Yo veía toda esa demencia que suponía que en el microcentro se multiplicaban las lencerías de lujo mientras cerraban las tiendas de barrio porque no podían pagar el alquiler, me preguntaba quiénes podían ser los clientes de esas lencerías lujosas. O de la armerías que cada día eran más, las financieras, los bancos. A medida que yo escribía desaparecían las empresas fuertes, de producción, y crecían en su lugar las empresas de servicios. Sin ser un especialista era evidente para mí que estábamos en presencia de una tendencia socialmente suicida. Recuerdo perfectamente como volaban a los viejos empleados de los bancos y los reemplazaban con jovencitos sin experiencia que cobraban la mitad del sueldo anterior. El problema fue cómo organizar estéticamente todo ese material.

Le tengo un rechazo muy fuerte al narrador omnisciente clásico; en primer lugar porque pienso que está históricamente acabado, su ciclo ya se cumplió, pero, por otro, porque a esta altura recurrir a él me parece una salida facilista. Entonces, ¿cómo narrar? En todas mis novelas traté siempre de encontrar alguna motivación alternativa para procurar que el narrador supiera lo que va a contar, es decir dotarlo de alguna fuente de saber. En El trabajo eso también está en relación con el realismo: el narrador sabe lo que sabe porque vive en ese ambiente, porque él también se derrumbó, porque se encuentra y vincula casi simbióticamente con una mujer que lo informa de su trabajo delirante en la city, le brinda información de primera mano.

Lo otro que no quería hacer era una novela del derrumbe, es decir que quería que pasara que la gente, aunque fuera un poco y a los tumbos, se las arreglara para seguir y encontrar estrategias que les posibilitaran la sobrevida. Cómo conseguir un trabajo sin condenarse a la humillación permanente… Traté de hacer una distribución de personajes como para que el lector pudiera hacer otra cosa que condolerse de ellos, solidarizarse con su miseria. Mis personajes no inducen al lamento, usan el ingenio para enfrentar una situación gravísima y seguir en pie.

-Antes hiciste una relación con la ciudad. Si no me equivoco El trabajo es tu novela más urbana, donde la ciudad tiene una presencia fuerte y definida; pero sin embargo es una ciudad rara, una Buenos Aires donde se mezclan y superponen tiempos diversos. Hay cercanía pero de inmediato lejanía, no hay un realismo “inmediato”, si así se lo puede llamar.

Aníbal Jarkowski: -Lo que pasa que tal ciudad única tampoco existe en la realidad. Por más que la publicidad muestre las nuevas tecnologías, celulares y computadoras de última generación, ipods, hay grande masas de gente impermeables a esa inyección de “modernidad”. Están quienes viven a partir del turismo y muchos otros que zafan haciendo una cantidad de cosas que pueden denominarse anacrónicas hasta un cierto punto. En mi novela aparece el burlesque que yo no sé si sigue existiendo o no pero para mí representaba bien a esos hombres y mujeres que se las tienen que rebuscar como pueden en un espacio en decadencia y medio en ruinas.

En la entrada de la radio hay un afiche que dice en su eslogan, palabras más o menos, que no todos viven la ciudad de la misma manera.. ¿Es algo así?

Aníbal Jarkowski: -Claro. Somos vecinos de Villa Crespo y sabemos bien que vivimos en medio de esas realidades contradictorias que parecen concentrar en un mismo punto mundos diferentes.

-La canción elegida en este caso la vamos a poner al aire sin mucho prólogo, dado que su letra lo dice todo. Muy rápidamente van a reconocer a su autor e intérprete.

(Sale al aire “Trabajo quiero trabajo” de Atahualpa Yupanqui interpretado por su autor. La versión forma parte de una colección llamada L’integrale, que reúne grabaciones que don Ata realizó entre 1968 y 1980 en Francia y que Página/12 editó en el 2000 en la Argentina.)

-Hay un núcleo central en El trabajo que se relaciona con la mujer. A mí me pareció encontrar una suerte de tensión entre una perspectiva femenina, impuesta por otra parte por la presencia de la protagonista mujer y sus acciones, pero sacudida y atravesada por un mirada masculina que vuelve con fuerza todo el tiempo, intenta comprenderla y arrebatarla. Quiero decir: la mujer se desnuda, percibimos su cansancio, lo harta que está de que le griten cosas, pero a la vez miramos desde los ojos de los hombres que se excitan y complacen con su desnudez.

Aníbal Jarkowski: -Traté de representar las acciones que realizan las mujeres y la mirada masculina de quienes intentan apropiárselas., y que en esa tirantez se fueran distribuyendo los valores. En realidad, en la novela los hombres no saben mirar y estimar las conductas de las mujeres, al punto de que en ocasiones la situación se invierte y son las mujeres quienes tienen la sartén por el mango. De cualquier modo el sistema de personajes determina que la mirada masculina siempre trae consigo algo raro, bien extraño.

Yo carezco de teorías al respecto, pienso que prestar atención es lo mejor que puedo hacer en cuanto a la situación social de las mujeres, no pretendo mucho más. Y es lo más honesto que puedo hacer desde un punto de vista intelectual, y eso nos devuelve a lo que charlábamos antes acerca de los detalles. Si me salió bien o mal lo dirán los lectores.

-La bailarina y el escritor de segundo orden van configurando un espectáculo que al final triunfa estéticamente, incluso frente al juicio de los académicos. ¿Hay en ese triunfo cierta ironía en cuanto a la naturaleza del arte en tanto y en cuanto éste es sopesado por los especialistas y la academia?

Aníbal Jarkowski: -En la novela parece decirse que todo depende de la tenacidad. Se trata de personajes más bien solitarios pero que llegado el momento son capaces de establecer una alianza que les permite con su porfía y tenacidad demostrarse a sí mismos y al resto que son artistas. Yo me siento solidario con aquellos que reclaman dignamente el derecho a ser llamados “artistas” y le quitan horas al sueño para esforzarse en ese sentido. Me parece repudiable que se le niegue a alguien esa posibilidad en función ciertas normas explícitas o implícitas que emanan de alguna estimación abstracta, burocrática o institucional. Estos dos personajes se ganan la calificación de artistas con su trabajo. Es su esfuerzo el que obliga al público a que los considere de esa manera.

La ironía puede estar en la cantidad de interpretaciones que sus obras despiertan. Pero lo importante es que por más que los hombres del burlesque los insulten ellos se consideran artistas y siguen adelante. Logran torcer un poco el destino y consiguen finalmente que un espectáculo de striptís se convierta casi en una pieza de denuncia social con tintes vanguardistas que se representa en un galpón junto al Riachuelo en medio de una Buenos Aires que se viene abajo.


La primera página de Rojo amor (Buenos Aires, Tantalia, Colección “Treinta monedas”, 1993)

-Dispénsenme por los desarreglos. No sé valerme sin Serguei. Cada día más lo necesito, pero a su muerte preferí no tomar sirviente. No nos entenderíamos. Los tiempos han cambiado. ¿Quién puede hacerse a la idea de que el mundo no fue vulgar alguna vez? Sé que usted me comprende. Por eso ha venido. Aunque le confieso que al concederle la entrevista me acusé. ¿Qué serían estas palabras, mercancía para gente sin modales? Sólo sus formas me atajaron. Al leer su carta reconocí algo en el estilo que me confortó. Algo familiar que creí para siempre perdido. Cómo supo de mí.

– Vi su retrato en una revista.

– Sí, cada día habrá más retratos.

– Le molesta.

– Durante años nadie golpeó a la puerta. Por qué no vino antes…

– Por años lo busqué en esta ciudad. Creí que había muerto.

– Muchos lo pensaron. No se culpe. Poco faltó para que usted tuviera la razón. Esos bárbaros primero, y luego el tiempo… Pero la Naturaleza sabe vengarse de los accidentes de la Historia.. Las personas parecen no comprenderlo. Las ideas mueren, es cierto, también las ilusiones. Para eso está la Historia. Un cementerio donde los hombres entierran sus sueños. Pero la Naturaleza es un río secreto donde fluye el orden de todas las cosas. Yo pertenezco a ese río. Mi sangre es ese río… Usted es joven, tal vez no entienda. Es cierto, ya no es un niño, pero jamás podrá alcanzarme. Siempre podrá ser mi nieto… ¿Qué es lo que quiere saber?

– Es el heredero del Imperio.

– Primero soy ruso. Claro que no la desdeño, pero mi nobleza es secundaria. La Patria es el destino de mi familia. Sin Rusia no somos nada. No fuimos nada todos estos años… Para usted será extraño. Sin embargo, no era un desatino comprar una dinastía con linaje aborigen. ¿Nunca ha pensado que el destino de su Patria se torció para siempre aquella vez? Debe considerarlo. Al cabo, por un prurito republicano, ese linaje se lo han dejado al linaje del dinero… Ya lo ve, no es buena la consonancia con los tiempos. Su general Belgrano era un hombre sensible. Las libertades son una forma prolongada de la moda, no tardan en perder su interés. ¿Acaso las repúblicas han demostrado ser algo mejor? Asómese a la ventana, obsérvelos.


La primera página de Tres (Buenos Aires, Tusquets, Colección “Andanzas”, 1998)

La lancha osciló apenas, crujió como si fuera a quebrarse, y luego avanzó sobre el cauce invisible del canal. Parecía que a la distancia un incendio devoraba el corazón de la isla, guardado en una fortaleza de árboles negros.

Sin necesidad de acelerar el motor, con el solo empuje que había adquirido en el río abierto, la lancha navegó el canal hasta atracar en un pequeño muelle de maderas blandas. Un niño, que con el timonel eran toda la tripulación, arrojó una soga y amarró la lancha al muelle. Un instante después la lancha se perdía en las sombras mudas del río.

Un monte sin abras rodeaba la isla. La necesidad de atravesarlo había abierto un estrecho pasaje entre los árboles y, a medida que se recorría la senda, se desvanecía el silencio y crecía el volumen de una música ligera. De pronto el bosque se interrumpía. Una tala metódica había despejado el corazón de la isla. En el centro, rodeado de jardines, se levantaba un edificio de dos plantas, con paredes de mármol claro y galerías de cristal.


La primera página de El trabajo (Buenos Aires, Tusquets, “Andanzas”, 2007, 296 páginas.)

Diana


Diana -escribo como si la viera; las personas se parecen y lo que se dice de una puede, muchas veces, decirse de otras también- apagó la alarma del despertador y dejó la cama. Caminó a tientas hasta la ventana, abierta de par en par y todavía sin cortinas, y se asomó al pozo de aire del edificio. Miró hacia arriba, más allá del último piso, y encontró el cielo despejado. Insegura en las sombras, sintiendo el olor del cuerpo del inquilino anterior, tanteó otra vez las paredes del cuarto, llegó al baño y se sentó a orinar en la oscuridad: La canilla de la ducha goteaba y la ropa interior que había lavado a la noche, antes de acostarse, desprendía un intenso perfume de jabón blanco.

Cuando salió del baño, ya más despierta, pudo distinguir en lo negro del aire el resplandor del amanecer que lentamente se acercaba a la ciudad. Se envolvió con una bata, fue a la cocina, encendió una hornalla y puso a calentar un jarrito con leche.

Alguien abrió la puerta del ascensor. Los pasos del diariero fueron y volvieron por el pasillo; después la puerta se cerró y el ascensor se fue alejando.

Diana apagó la hornalla, endulzó la leche y la dejó enfriar sobre la mesita. Corrió los cerrojos de la puerta del departamento, la entreabrió, salió al pasillo y encendió la luz. Se arrodilló en la puerta de los vecinos, abrió el diario y retiró la sección de los avisos clasificados.


La primera microficción de la trilogía “Los meses (sin pan y sin trabajo)” (que apareció en la compilación realizada por Sergio Olguín llamada La selección argentina, Buenos Aires, Tusquets, 2000 )

Enero


Cuando abrió la puerta, el perfume de una mujer permanecía en la oscuridad de la sala. Había alquilado la casita en Buenos Aires, a través de una inmobiliaria. Abrió las ventanas, se puso el traje de baño y volvió a salir. Pasó todo el día en la playa y recién al anochecer fue a la avenida a hacer unas compras y regresó a la casita. Revisó el ropero, los cajones de las mesas de luz, el botiquín del baño, las alacenas, pero no encontró nada que la inquilina anterior hubiera olvidado. Solamente había los enseres impersonales de cualquier casa de veraneo. Dos mantas ásperas apiladas en el ropero, trapos de piso en la cocina y en el baño, vajilla de loza cuarteada, cuchillos sin filo. En la sala había una pequeña biblioteca con novelas policiales, un manual de primeros auxilios, una guía de teléfonos de la Villa y una antología de cuentos obscenos con las tapas ajadas.

Guardó sus cosas. Cenó, se duchó y llevó la antología de cuentos a la cama. Leyó el primero y se quedó dormido.

Al día siguiente la amenaza de una tormenta lo hizo volver más temprano de la playa. Preparó mate y se sentó a leer en el sillón de la sala. Hacia la mitad del libro comenzaron a aparecer breves anotaciones manuscritas en los márgenes. Pensó que eran comentarios a los cuentos, objeciones a sus argumentos, reparos a la conducta de los personajes. Sin embargo, con el correr de las páginas las notas se hicieron más extensas y precisas. La inquilina anterior trabajaba de secretaria en una oficina, en Buenos Aires, y había alquilado la casita a último momento. Un viernes le anunciaron que a partir del lunes debía tomarse las vacaciones. Se quedaba todo el día en la playa y a la noche, después de comer, se llevaba a la cama alguna de las novelas policiales de la biblioteca. Después pasó a la antología de cuentos. Nunca había leído literatura de ese tipo y los argumentos, al repetir situaciones de humillación y abuso, la convencieron de que al regresar a Buenos Aires la despedirían del empleo. En una de las notas, hacia el final del libro, planeaba representar ante su jefe escenas copiadas de los cuentos, pero en la siguiente, tras un espacio en blanco, confesaba que jamás podría cumplir ese plan.

La tormenta duró toda la noche. El día amaneció luminoso y despejado de nubes. Devolvió el libro al estante de la biblioteca y salió temprano. La playa estaba desierta. Caminó por la orilla buscando con la mirada en los pliegues del mar. Después subió a la escollera, fue hasta el sitio donde las olas rompían y se asomó.

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